viernes, 28 de enero de 2011

SAN VALERO Y ROMA

¿Quién no ha escuchado misa de pequeño, con el pelo bien peinado y la cabeza metida entre los palos de la barandilla del coro?
El día de San Valero y “la Catria” la solemnidad de las ceremonias era tal que uno estaba boquiabierto y emocionado. El armonío dormido durante todo el año se despertaba y volvía a sonar en el coro, bajaba a tocarlo “mosen Antonio”, el cura de Híjar, cantaba él y cantaban las mujeres, abajo desde los bancos, Blas y José el Abadía cantaban en gregoriano la misa de Pío XII, en el momento del ofertorio, consagración...
todo en latín, no lo entendíamos pero daba un alto registro a la celebración.
Las autoridades ocupaban los primeros bancos en aquella época, además del alcalde, concejales, secretario, juez de paz, también se sentaban delante el médico, los maestros, veterinario y la guardia civil. El incienso ascendía llenando toda la nave, cuando llegaba a las cristaleras, con los rayos de sol hacía formas y volutas. Debajo del coro el aroma a alcanfor de los trajes de pana y ¡CHASS!, en un momento de la ceremonia, hacían sonar el himno nacional. A esas edades uno se quedaba traspuesto.
Toda esta escenografía sobre aquellas sobrias baldosas de arcilla roja, limpias.
Era un regalo para los sentidos y despertar de emociones, “el sermón de San Valero” tenía su peso, siempre generaba expectación y comentarios posteriores. Veo claramente a “mosen Francisco”, subido en la predicadera, inmenso, con su voz grave, como un trueno de invierno u como iba desgranando la parábola de los talentos: a un siervo le dio tres talentos, a otro dos y al tercero uno...
se fue, volvió al tiempo y ellos vinieron a su presencia y..., narraba la vida de San Valero, su actitud hacia Roma, su fe en Jesús y el destierro que vivió hasta su muerte.
Cuando mis padres “fueron de San Valero” quisieron que el que diera el sermón fuera “el Carpintero”, Joaquín Soler, sacerdote que desciende de Castelnou y vive en Zaragoza. Yo tendría unos once años y recuerdo que andaba pero que muy intrigado con lo del “sermón del Carpintero”, tenía verdaderas ganas de que llegara ese día. Su homilía entró por otros paisajes, abriendo otras vías para interpretar el camino del obispo Valero. Quizás desde entonces pongo gran atención en ellas; como está articulada, el tono, intensidad, el mensaje subterráneo más allá de las palabras si lo hay el cierre final.
Hay momentos en la vida de un ser humano que cobran una gran intensidad, como es la definirse y tomar postura, y si además se hace en público ante el poder dominante, que te exige que dejes tus valores y la fe que profesas, o te adhieres a lo que te dictan, o de lo contrario puedes perder la vida, siendo tu la cabeza de un movimiento no numeroso, con los ojos puestos en ti, a contra corriente y que vive y quiere otra forma de “estar” en la vida. Son momentos cumbre que cuestionan tu existencia y aparecen ante ti los caminos del “ser” y el del “tener”, algo similar viviría en sus carnes el obispo Valero ante la autoridad romana que quería aplicar el edicto de Diocleciano.
Asistir a este encuentro y poder contemplar la firmeza y la osadía de desobedecer al poder político, económico y militar, nos hubiera impactado y emocionado, pero de forma muy diferente a lo que podemos experimentar durante la celebración que hacemos cada 29 de enero.
Él, junto cono San Vicente pasaron por Castelnou hace unos 1700 años. ¿No es mucho para que con unos pocos datos históricos, se siga hablando, escribiendo y sacando conclusiones?
¿Cómo es que perdura en el tiempo?¿Quizás haya algo que se nos escape?... Estos interrogantes más nos invitan a dejarlo como está y seguir en nuestra tradición y hasta el año que viene. También podemos optar por lo contrario e intentar hacer las preguntas de la forma más afinada posible. Ellos nos pueden abrir a nuevos espacios y podremos tener una visión más amplia, incluso en el tiempo.

Vamos a ello:
La autoridad política representaba a Roma, por tanto ¿Qué es Roma?
El obispo Valero era cristiano, representaba a Jesús, por tanto ¿Qué es Jesús?
Para Roma lo que estaba más allá de sus fronteras era oscuridad y barbarie. Había que conquistarlo físicamente y someterlo, implantar su política, cultura, pagar tributo y obediencia al emperador.
Para un seguidor de Jesús del siglo IV, como era Valero: la fe en Cristo que habita en nosotros, sencillez de vida, compartirlo todo, estar atento a la “injusticia de las leyes del mundo” y en especial a las de los más desfaborecidos. Resumido pero nos podría valer.
Y por último cómo no, hacernos en profundidad dos profundas e intrépidas preguntas, ¿nos lo impide algo?. Vamos a optar por el sí. Él es nuestro patrón, portador de firmeza y valentía, y ya no es el momento ni queda tiempo para ir hacia atrás. Estas han de hacerse sin miedo, en estado de recogimiento y sin autoengañarse. Ellas son:

¿Cuánto hay de Roma dentro de mi?
¿Cuánto hay del obispo Valero?


Manuel Ibáñez,

Castelnou, enero de 2011


sábado, 21 de febrero de 2009

LA HERENCIA DE JOAQUÍN ARCE

Podéis comprobarlo, subid al cabezo de La Airalta, mejor durante los meses de invierno, recorred con vuestra mirada toda la huerta, dormida de Castelnou. Colores grises y marrones dominan el paisaje, ¿todo?,... ¡no!
Hay unos rodales de verde intenso aquí y allá, ¿qué son?
Son los campos del tio Joaquín "El Orito", hermosas copas con sus gruesos troncos de pino piñonero y carrasco, que cubren la totalidad de lo que fueron sus huertos, los cuales no se incluyeron cuando se realizó la concentración parcelaria.
Tuve la suerte de conocer al tio Joaquín desde muy pequeño. Lo recuerdo con su banasto, la azada, prácticamente redonda de largos años de uso, la fal, la zoqueta y su fiel compañera, la tijera de podar. Sus campos eran jardines botánicos, árboles frutales de todas las clases y variedades, rosales, crisantemos, dalias, geranios hierbas aromáticas... ¿y semillas?, las tenía todas, planteros de todas las clases. Era común oír "... se me ha olvidado sembrar tal plantero, o no me ha nacido, voy a ver, el tio Joaquín lo tendrá..."
Cuando entrabas en aquellos huertos-jardín él te iba explicando mientras lo acompañabas haciendo todo el recorrido, no escatimaba en palabras, era un gran conversador. Por aquel entonces año 1965, los pinos apenas tenían la altura de un hombre. Era un hombre biófilo (amigo de la vida). Aparentemente no era de los que en "tiempos bajos", como ahora denominaríamos un triunfador, personalmente me transmitió unos valores y dejó una huella imborrable.
Cuando hoy día paso por lo que eran sus huertos-jardín reconvertidos en bosquetes, siempre le digo, "Muchas gracias Joaquín Arce por tu HERENCIA".